Las psicosis, ¿son la locura? 

La locura, “lejos de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera; sigue su movimiento como una sombra. Y al ser del hombre no solo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aun sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad”1. Lacan habla así de lo normal, de la norma de todo ser hablante que es la falta de conexión entre lo real, lo simbólico y lo imaginario, desconexión inicial en la que la criatura humana llega al mundo. Si decimos “llegar al mundo” estamos hablando de los hechos del lenguaje, de lo que constituye sus distintas realidades. La relación de lo real, lo simbólico y lo imaginario da lugar a lo singular del encadenamiento y este emplazamiento es lo que nos permite situar el funcionamiento del sujeto, la manera de estar en el mundo como ser del lenguaje. 

La psiquiatría clásica promueve la clasificación de lo llamado enfermedad mental, sometiendo a la locura a una distribución nosográfica determinada por la presentación de los fenómenos. Así es hasta Freud que, disolviendo la relación locura-comportamiento, reduce a tres los modos de organización psíquica: neurosis, psicosis y perversión. Lacan lee estos modos freudianos como estructuras clínicas y desde esta situación y sobre la relación locura-psicosis, plantea la locura como estado posible de todos los seres hablantes: “el fenómeno de la locura no es separable del problema de la significación para el ser en general, es decir, del lenguaje para el hombre (…) porque el riesgo de la locura se mide por el atractivo mismo de las identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser. Lejos pues, de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia. Lejos de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera: sigue como una sombra su movimiento. Y el ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aun sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad”2. En el escrito del que proviene lo citado, “Acerca de la causalidad psíquica”(l946), Lacan lee la locura con Hegel como la presentación continua, sin ruptura, de lo individual como universal, siendo lo irreductible el desconocimiento que participa en todo conocimiento de sí: es lo que Hegel enuncia como ley del corazón, instante absoluto en el que el reconocimiento mutuo es imposible y al que Lacan incorpora lo que proviene de la infatuación yoica, alimentando el desorden contra el que el mismo sujeto se levanta. 

Los fenómenos que asociamos a la locura no necesariamente han de presentarse en las psicosis. No necesariamente. En la clínica psicoanalítica encontramos que los episodios de locura se presentan en todos los tipos clínicos, que son estados, roturas, y se ha de saber de su lógica y de su causalidad, por lo que no tiene fundamento alguno identificar locura y psicosis. Dada la rotura, el sujeto puede reanudar el encadenamiento significante localizando la dispersión, sea cual sea el tipo clínico. 

Para pensar la gnoseología la locura en el saber clínico contemporáneo haremos una brevísima presentación de la tesis doctoral de Lacan3  y una, también breve, exposición de un referente epistémico fundamental en el pensamiento lacaniano de la locura: la fórmula hegeliana de la locura, explorada especialmente en el escrito citado4. ¿Por qué esas dos referencias? Podríamos decir que por el puro placer de referirnos a dos escritos que tanto placer nos dan, y así es, pero añadimos una consideración de otro alcance: ambas producciones son paradigma del amor a la clínica y al saber del inconsciente y ambas también, son referentes ineludibles a cualquier acercamiento sensato a pensar la locura. Continuamos desde aquí. 

La Fenomenología del espíritu es una referencia frecuente en los primeros tiempos de la investigación lacaniana5. Hegel introduce un corte en el pensar la locura; ya no es lo que resulta de un desorden de la razón, lo que excede de sus cauces, sino que la locura es parte esencial del curso de la autoconciencia hacia la certeza de sí en un proceso de experiencia, una detención en el camino hacia el saber de sí y de las otras autoconciencias, dirigido a la realización del saber. La totalidad de estos procesos significa el orden social. Este curso, camino de la conciencia a la autoconciencia, es dialéctico y responde a lo que Lacan conceptualiza como discurso del Amo, que en la dialéctica hegeliana se plantea como la tensión entre lo realizado y lo no realizado en el camino hacia la experiencia religiosa, la espiritual y el saber absoluto como fin de la historia. No nos detendremos en los momentos de la locura en los caminos de la razón, solo mencionar sus títulos: 

  1. La ley del corazón, momento primero, previo a la ley de la realidad, que es el de lo necesario para sí y a lo que se opone lo otro como realidad. En este momento la autoconciencia toma su verdad y su ser de lo otro y no de ella misma, pero sigue en su lugar, sin realizarse, sin perder lo que conserva en el corazón. Sigue sin ley, sin perder goce. 
  2. Un segundo momento, el desvarío de la infatuación, que responde a la rebelión de la conciencia contra la ley de la realidad, desconociéndose como resultado del orden contra el que se rebela y haciendo así la experiencia de su realidad como conciencia. Pero la ley del corazón no afronta su realización mediata y se proclama Universal sin mediar con la realidad; la realidad como vigencia del orden para el corazón, es nula. 
  3. El último momento, el del alma bella como universalidad abstracta del espíritu, es el de la buena conciencia, retorno a lo más íntimo en un movimiento en el que desaparece la exterioridad. El alma bella vive en la imposición de la ley del corazón a los demás, proyectando su desorden en el mundo. Es, digámoslo así, la política del desconocimiento. 

La relación de lo imaginario y sus alteraciones y la locura está presente en la enseñanza de Lacan desde los inicios. En “Acerca de la causalidad psíquica” cuestiona la teoría organogenética relacionando el concepto locura con la teoría de la identificación y con la constitución del yo. En este escrito, en relación a la fórmula de la locura en Hegel, del loco dice: “lo que experimenta como ley de su corazón no es más que la imagen invertida, tanto como virtual, de ese mismo ser. Lo desconoce – su ser actual – por partida doble y precisamente por desdoblar su actualidad y su virtualidad. Con todo, solo puede escapar de la actualidad gracias a la virtualidad”6. Cuando Lacan dice “fórmula general de la locura” se refiere a lo que es aplicable a las fases en las que se cumple en cada destino el desarrollo dialéctico, no orgánico, del ser humano, y porque allí, en esas fases, el ser se realiza siempre, “como una estasis del ser en una identificación ideal que caracteriza a ese punto con un destino particular”7. La locura se plantea aquí como un efecto del desconocimiento de la dialéctica de lo imaginario que se desarrolla en el estadio del espejo, y queda vinculada a la disolución de lo imaginario articulada a los efectos de lo simbólico sobre lo real. 

Psicosis no equivale a locura. No hay equivalencia necesaria; puede coincidir, pero ni las presentaciones clínicas de la locura ni las de los modos psicóticos establecen esta relación. La locura es una posición del sujeto que se puede encontrar en todos los anudamientos, y la consistencia de los signos que orientan su diagnóstico incluye la dimensión transferencial, ya que la clínica de la locura está sujeta a la localización de lo más propio de la estructura y a la posibilidad de maniobrar con las particularidades de la transferencia, como en todo tratamiento analítico. En Freud la cuestión es compleja; mientras que lo transferencial en las psicosis se presenta en ausencia, en el estudio de las memorias del presidente Schreber lo transferencial se expande cómo presencia. Lacan trabaja con estas contradicciones freudianas sujetándolas a una insistente elaboración dirigida a conceptuar una doctrina contemporánea de la locura que como hemos indicado se inaugura en 1932, año en el que Lacan obtiene el doctorado en Psiquiatría con su investigación sobre la paranoia. En esta investigación Lacan estudia la función del Ideal del Yo en la paranoia y toma un solo caso, el historial clínico de Marguerite Pantaine conocido como caso Aimée, paradigma de la diferenciación diagnóstica entre psicosis y locura, conceptualizando lo que llama “paranoia de autopunición”, un pequeño artificio, dice Lacan, del que esta mujer se vale para restaurar en su vida el mejor funciona- miento posible. Muchos años más tarde, con su seminario sobre Joyce, ese artificio será denominado sinthome. 

En 1934, un año después de la lectura de su tesis, Lacan ingresa en la Sociedad Psicoanalítica de París asistiendo al seminario que Alexandre Kojéve dicta sobre la Introducción a la fenomenología del espíritu de Hegel. La formación psiquiátrica, filosófica, matemática… el conocimiento de las producciones artísticas de sus contemporáneos, en fin, la amplísima formación científica y humanística de Lacan está al servicio de la exploración de la consistencia lógica del saber del ser hablante, saber del cuerpo como acontecimiento y de sus inscripciones en el campo del lenguaje, privilegiando la investigación de lo que concierne a las psicosis y a la locura. Nunca se apartó de la episteme psiquiátrica; estuvo ahí, el psicoanalista Lacan, sosteniendo de hecho una crítica continuada al usar los dispositivos de la psiquiatría de la observación para investigar los descubrimientos de lo real en las presentaciones de enfermos, para saber de lo no interpretable, de los fenómenos vaciados de sentido que siempre conciernen al sujeto psicótico. 

El acercamiento a la lógica de los fenómenos anideicos vino de la mano de G. de Clérambault, su maestro. El fenómeno que Clérambault llama automatismo mental proviene de la aplicación metodológica de la exhaución para saber de la evolución clínica de las presentaciones enigmáticas de lo anideico, fenómenos de lenguaje sin contenido semántico vaciados de sentido, pero vinculados a una significación personal. Estos significantes sin sentido conciernen al sujeto y son la materia prima con la que el clínico ha de saber hacer, analíticamente; son lo que Lacan nombra como significante en lo real. Lacan, como Clérambault, no considera el automatismo mental un fenómeno paranoico sino esquizofrénico, y sus manifestaciones se localizan en el registro del significante, mientras que los de la paranoia se ubican en el registro del significado, presentándose con frecuencia como una experiencia de extrañeza, enigmática, de lo que hasta ese momento es el mundo que maneja el sujeto. 

Lacan se interesa por el fenómeno elemental en tanto formación anideica; el significante también es anideico, solo propone un sentido en tanto se articula a otros significantes; así, los fenómenos elementa les son retomados y considerados en términos de estructura interna del lenguaje. El delirio participa de esa situación secundaria; es secundario a la emergencia de un significante que, forcluido en lo simbólico, aparece en lo real; este aislamiento del significante lo entendemos como una alteración del tejido simbólico en el cual se encuadra el sujeto. En los comienzos de su teoría Lacan lo plantea como efecto de la forclusión significante y posteriormente a la forclusión de lo que para el sujeto es el Nombre/los Nombres del Padre, formación que sostiene la articulación de los tres registros. Lacan ilustra la dimensión de certeza del fenómeno elemental y su función significante “(…) en la psicosis no está en juego la realidad, sino la certeza. Aún cuando se expresa en el sentido de que lo que experimenta no es del orden de la realidad, ello no afecta a su certeza, que es lo que le concierne. Esta certeza es radical. La índole misma del objeto de su certeza puede muy bien conservar una ambigüedad perfecta, en toda la escala que va de la benevolencia a la malevolencia. Pero significa para él algo inquebrantable. Esto constituye lo que se llama, con o sin razón, fenómeno elemental, o también – fenómeno más desarrollado – la creencia delirante (…)”8. 

La psicosis paranoica y la personalidad es la misma cosa, así lo afirma Lacan en el último tramo de su enseñanza definiendo la personalidad como el modo de ser que resulta del anudamiento de las instancias que modifican el ser hablante, a saber, lo real, lo simbólico y lo imaginario, formulación cuyo germen, sorprendentemente, ya está establecido en su tesis doctoral al plantear las relaciones de la psicosis con la personalidad desvinculadas de la causa orgánica. Para investigar esta cuestión toma la paranoia como representación del grupo de las psicosis y construye la demostración eligiendo un caso para llevando el estudio al extremo para conocer las claves nosológicas y patogénicas de la paranoia y su relación con la personalidad. 

 Lacan cuestionó el carácter constitucional de las psicosis a partir de la oposición que establece la psiquiatría entre las demencias y las psicosis, antagonismo construido a partir de la existencia de una lesión orgánica que en las demencias explica los déficits capacitarios. En las psicosis, al no existir tal lesión los trastornos mentales son definidos como trastornos específicos de la síntesis psíquica, y por síntesis psíquica Lacan entiende lo que conocemos como personalidad, estableciendo así la relación psicosis-personalidad. Para argumentar esta conexión explora exhaustivamente la clínica de un solo caso delimitando precisamente el tipo clínico, los mecanismos de las producciones psicóticas y los fundamentos de la noción de personalidad en los distintos discursos. Esta investigación le permite demostrar que las presentaciones de las psicosis son hechos de personalidad, apartándose de las teorías constitucionalistas que sitúan estas formaciones en un orden deficitario, y definir la idea común de personalidad como la percepción que el sujeto tiene de la síntesis de su experiencia interior, siendo lo que resulta de concertar sus tendencias lo que le da unidad. La complejidad de esta operación es del orden del juicio, y en relación a lo intencional es proyectiva. Así, el común sobre la personalidad sitúa dos factores, la síntesis y la intencionalidad, cuya articulación es condición de un tercer atributo que es el que permite al sujeto pensarse como continuidad temporal. Esta continuidad es lo que le garantiza las constantes que fundamentan la responsabilidad personal, más allá de las modificaciones que afecten a la vida del sujeto; así describe Lacan lo que se entiende por personalidad en el ámbito de la creencia común. 

Una brevísima presentación de la tesis nos permitirá introducir el modo paranoico de construir la realidad. De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad fue defendida en 1932. Decíamos que en la tesis psiquiátrica elige un caso de paranoia en representación de las psicosis. En este momento Lacan retoma la posición clínica dinámica de Jaspers afirmada en la negación de la relación delirio / debilidad intelectual, oponiéndose a la concepción deficitaria afirmando que “no se puede rechazar a priori que haya un beneficio positivo de la psicosis: puede producir directamente, no ahorrar, virtualidades de creación positiva”9. Cercano aún a la clínica de Jaspers, se centra en la posibilidad de comprender el delirio aspirando a ubicarlo en relación a lo particular de la historia del sujeto; todavía no hay lugar para pensar el mito del complejo de Edipo ni lo paterno como función y elige el conflicto con lo fraterno como núcleo complejo en la historia de Aimée. En esta paciente el conflicto se manifiesta en la puesta en forma del delirio como sucesión de desplazamientos hasta construir un artificio, el perseguidor objeto de la agresión, que aligerará el delirio y permitirá al sujeto la estabilidad necesaria para vivir con cierta calma. 

Para entender porqué Lacan no sostiene un criterio deficitario en relación a la psicopatología de la psicosis paranoica, conviene situar el contexto doctrinario de su tesis y aportar algunas notas sobre la construcción del caso objeto de la investigación. Sobre la paranoia, en el pensamiento psiquiátrico de principios del siglo XX predomina la idea constitucional, siendo la paranoia clínica un efecto degenerativo de esta constitución, según argumenta Magnan proponiendo que la persistencia de la idea persecutoria repercute en el área auditiva de la corteza cerebral, siendo suficiente el pensamiento para provocar la alucinación auditiva. La psicopatología en este momento se divide en la vertiente psicogenética constitucionalista, orientada por los criterios de Serieux y Capgras; la reactiva, representada por Janet en la escuela francesa y por Bleuler y Kretschner en la alemana, y la vertiente organicista, desde la que Jaspers sostiene la idea de proceso. En Alemania la concepción psicogénica de la psicosis paranoica parte de Kraepelin, y es Bleuler el que aproxima la explicación del delirio a la relación entre la reacción del sujeto y su situación vital. En este contexto Lacan disiente del constitucionalismo degenerativo que proviene de la clínica de Magnan, e intenta sostener una psicogénesis de la psicosis desarrollando la idea de discontinuidad y de catástrofe psíquica vinculada a los rasgos paranoicos del carácter y no alineada con la constitución y el desencadenamiento de la enfermedad. En este momento rescata las nociones de reacción y proceso para argumentar que en las psicosis la catástrofe no resulta de una evolución progresiva, continua, sino que hay relación entre las respuestas del sujeto y los acontecimientos de su entorno vital. Ahí retoma la idea de Kraepelin de que la paranoia se diferencia de la paraferenia y de los estados paranoides porque en la paranoia se mantiene el orden del pensamiento y no se produce ruptura con la personalidad anterior ni hay evolución hacia la demencia. En estos momentos para Lacan el delirio es una producción cuyo mecanismo es social, no orgánico, y es un equivalente intencional de una pulsión agresiva socializada con insuficiencia; es la expresión de un trastorno del juicio, de la conducta social de un individuo, sujeta a interpretación. 

De Aimée sabemos que lleva el nombre de una hermana muerta y que a la muerte de la hermana que la precede, sigue un embarazo que tampoco progresa. El desencadenamiento de la madre de Aimée se da durante este embarazo, siendo la causa ocasional la muerte de la tercera hija. Aimée se desencadena cuando tiene 28 años, también estando embarazada. Durante el embarazo empiezan a aparecer ideas persecutorias y comportamientos violentos, tiene pesadillas sobre la muerte del feto y da a luz a una niña que nace muerta, asfixiada por el cordón umbilical. En este momento aparecen también certezas delirantes a propósito de la implicación responsable de una amiga en la muerte de su hija. Al cabo de dos años vuelve a quedarse embarazada y aparecen síntomas similares, ideas persecutorias y presentaciones de carácter autorreferencial y Aimeé interpreta que lo que los otros quieren es la muerte de su hijo. En esta situación abandona su trabajo, aparece la idea de ser escritora y decide proteger a este hijo huyendo a Estados Unidos. Fue ingresada durante seis meses con un diagnóstico de delirio de interpretación. De este período consta la persistencia de los fenómenos delirantes que ya se localizan en el primer embarazo. 

A instancia de su familia sale de la clínica y puede ocuparse de su hijo, pero no quiere incorporarse al trabajo. Cuando lo hace, media un traslado; se incorpora al trabajo en París y se marcha sin su familia. El cambio de lugar no disuelve el delirio; continúan los sueños sobre la muerte de su hijo y las ideas de amenaza contra su vida: algo ha de hacer porque la desgracia es inminente y si no logra evitarlo sería una madre criminal. La angustia y los sentimientos de persecución se expanden y trabaja para intentar localizar de donde proviene el peligro. Un día, escuchando a las compañeras de trabajo hablar de una actriz célebre, Huguette Duflos, comprende que se trata de ella, que es esta mujer la que amenaza la vida de su hijo. Ahora ha localizado a su principal perseguidora, esta actriz a la que Aimeé llama señora Z. En esta temporada en París continuó experimentando las amenazas, las alusiones contra ella en la prensa y plagios de sus novelas aún sin publicar; hubo más perseguidores, algunas mujeres de su entorno y especialmente un editor, el que se ocupaba de las novelas que usaba esta actriz y al que Aimeé le atribuía ser el causante de haber abandonado a su marido. Aparece con claridad la dimensión erotomaníaca del amor en las psicosis, en este caso con especial insistencia hacia el Príncipe de Gales, objeto de extensísimas cartas de amor. Esta es la coyuntura delirante en la que la idea central es controlar el peligro de muerte en el que se halla su hijo. 

Un día, Aimée se acerca al teatro en el que Huguette Duflos representaba su función, la aborda e intenta acuchillarla. La actriz pudo controlar el intento y logra que solo le dañe un dedo de la mano con la que intentó parar la agresión. Aimée en los interrogatorios solo pudo decir que la actriz llevaba mucho tiempo provocándola y amenazán- dola, y que no actuaba sola. En un primer momento llevan a Aimée a la cárcel de mujeres de Saint Lazare y al cabo de poco más de un mes es ingresada en Sainte Anne con diagnóstico de “delirio sistemático de persecución a base de interpretación con tendencias megalomaníacas y sustrato erotomaníaco”. Con el ingreso, cesa el delirio. 

Lacan se hace cargo del caso. No duda de que es una paranoia, con una clara vertiente doble en el delirio, la persecutoria y la megalo maníaca, formulada en los ideales reformadores de Aimée; el sustrato erotomaníaco tiene también una doble vertiente, la platónica heterosexual hacia el Príncipe de Gales, figura benévola que la protege de la persecución de la señora Z, la actriz, y la homosexual hacia sus perseguidoras. En lo que afecta a la presentación de los actos, el pensamiento y la voluntad, Lacan observa la conservación del orden, considerando el criterio kraepeliniano. 

Lacan se pregunta sobre el valor que representan estas mujeres, sus perseguidoras, para Aimée; son mujeres cultas, con poder social, imagen de lo que Aimée sueña con llegar a ser, imagen de su ideal que es también imagen objeto de su odio. Aquí situamos algo que ya está en forma, aunque no está conceptuado, un primer esbozo de la teoría del estadio del espejo. En la persistencia de las construcciones en doble reconocemos un trastorno imaginario producto de una regresión tópica al estadio del espejo; Aimée agrede a su Ideal, exteriorizado, y es lo que explica el mecanismo de la autopunición. A través de este acto Aimée se vuelve culpable frente a la ley, aparece algo del orden de lo tercero que es lo que responde de la naturaleza de la curación, vinculada a lo social porque se trata de un castigo, de pagar, de perder algo que en las psicosis, al no estar instaurada la falta en lo simbólico, acontece de hecho. La naturaleza de la curación responde de la naturaleza de la enfermedad, así lo plantea Lacan en 1932. En 1923 Freud había publicado “Sobre algunos casos de delincuentes por sentido de la culpabilidad”10; en este artículo se plantea por primera vez que algunos sujetos delinquen buscando actualizar una culpa simbólica, de manera que el castigo apacigüe por una falta previa la culpa por la comisión del delito. 

En el caso en estudio, Lacan sitúa la causa ocasional del desencadenamiento o momento fecundo de la psicosis, en el embarazo; esta situación de ruptura se opone al criterio continuista de Sérieux y Capgras en el que tanto el comienzo de la psicosis clínica como los signos de su evolución se confunden con una tendencia vital constituida. La impor tancia del hijo, del deseo de tener un hijo, plantea la complejidad de la cuestión del deseo en las psicosis. Para Aimé el hijo centra sus actos, su delirio; en la realidad el abandono sucede al primer episodio delirante después del parto y el niño queda al cuidado de su hermana, aunque los dichos de Aimée sitúan este abandono como un recurso para procurarle la protección necesaria ante la persistente amenaza de muerte. Durante los ochos meses anteriores al atentado, Aimée escribe dos novelas, ambas dedicadas al Príncipe de Gales: “Una escritura es, pues, un hacer que da sostén al pensamiento (…) se piensa contra un significante (…) Uno se apoya contra un significante para pensar”11. Lacan, más de treinta años después de la lectura de su tesis, planteando la linealidad del nudo borromeo, su rectitud contrapuesta a la cara como dimensión poliédrica tal como lo trata la geometría común, formula esta relación entre escritura y pensamiento fundada en la lógica del sinthome y en la rectitud que cambia el sentido de la escritura, cambio que resulta de una precipitación significante. Hemos indicado que las producciones literarias de Aimée son paralelas a las delirantes, y así fue a lo largo de la vida de esta paciente de Lacan cuyo caso dio nombre a la categoría clínica de paranoia de auto punición. 

Este caso abre las preguntas sobre la génesis de la realidad en relación a las teorías psicoanalíticas y es el germen de la teoría del estadio del espejo, momento estructurante de la complejidad constitutiva del yo, y de la teoría que Lacan desarrolla en los finales de su enseñanza: la clínica del sinthome. En 1949 se publica la versión escrita de “El Estadio del espejo…”12 y este escrito es casi contemporáneo a “La agresividad en psicoanálisis”13, ensayo en el que se plantea cómo la enajenación primera, constituida por la imagen especular, se rige por la dialéctica de la exclusión como tendencia correlativa a lo que llamamos modo narcisista de identificación. Con “El estadio del espejo…” sienta las bases de lo que llama el registro de lo imaginario, dando cuenta de que el sujeto para ingresar en la realidad y en la representación de sí requiere de la acción enajenante de la imagen especular: “ El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser sumido todavía en la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia que es el hombrecito en ese estadio infans, nos parecerá por lo tanto que manifiesta en una situación ejemplar la matriz simbólica en la que el yo se precipita en una forma primordial, antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto”14. De esta manera inicia la conceptualización del registro imaginario, como pura especularidad. En este momento de la teoría la matriz simbólica es lo especular en tanto representación, sin participar de las características del registro simbólico, condición previa a toda imaginarización. Así, en este momento, las coordenadas teóricas para abordar las psicosis se sitúan a partir del complejo fraterno ligado a la agresividad correlativa al narcisismo. 

El encuentro con las tesis de Saussure dispone a Lacan en relación al ideal del abrochamiento del significante y el significado, pero este esquema, que significa la relación biunívoca entre significante y significado, es discutible. “En efecto, se ve bien que en el sentido diacrónico, con el tiempo, se producen deslizamientos, y que en todo momento el sistema en evolución de las significaciones humanas se desplaza y modifica el contenido de los significantes que toman empleos diferentes”15. Es la lectura del texto de Schreber lo que comporta la crítica de esta posición: en la fenomenología de las psicosis las construcciones delirantes muestran que lo que está en juego es la relación del sujeto con el orden simbólico, que esa relación es la que estructura la lengua fundamental de Schreber y es la que rige en el lenguaje en general: la anticipación del significado presente en el significante y su desplazamiento hacia otra significación. El fenómeno psicótico pone en evidencia que la significación no se sostiene enganchada al significante, que la mecánica del lenguaje no responde a la unidad del signo saussureano, y que el uso general del lenguaje abre el signo lingüístico a la sustitución de un significante por otro significante, a la metáfora, y al deslizamiento metonímico que comporta la infinitud del sentido. Este replanteamiento de lo simbólico afecta a la dimensión imaginaria. Así, lo imaginario ya no se reduce a la identificación con lo especular quedando el campo del sentido incluido en este registro. 

Más de treinta años después de la tesis, en 1967, observa que desde la investigación de Clérambault no ha habido descubrimiento alguno en relación a la locura, nada realmente nuevo, e invita a considerar la fidelidad a la envoltura formal del síntoma que conduce a ese límite en el que “el síntoma se retrotrae en efectos de creación”16. En 1975, momento de la publicación de la tesis de 1932, después de más de cuarenta años de investigación, Lacan dicta El sinthome, y ahí dice: “Si me he resistido tanto tiempo a reeditar mi tesis es simplemente por la siguiente razón: la psicosis paranoica y la personalidad como tal no tienen, como tal, relación porque son la misma cosa”17. Llama la atención que aspectos nucleares de la teoría de nudos vivan en una tesis psiquiátrica en la que las coordenadas teóricas no están establecidas con la teoría freudiana, aunque la episteme freudiana esté presente. 

Ahora, aportando elementos para pensar el campo de las psicosis, unas notas sobre la constitución del modo esquizofrénico y los fenómenos en los que se manifiesta esta modalidad. Es muy interesante lo que Jean Oury plantea sobre estilo, creación, esquizofrenia, y el carácter homeomórfico de lo creado y la personalidad que lo crea tratando de pensar la consistencia del lugar pre-representativo como espacio de creación18. La zona “pre” de Oury es un espacio donde hay ritmo y verbo, un espacio pático, patosófico, en el que el esquizofrénico hace para existir, para ensamblarse, una y otra vez después de la catástrofe. La zona “pre” no está al margen de las nociones lacanianas de carácter y de sinthome ni de la tentativa de curación, de reconstrucción, que Freud postula cuando aborda la función del delirio en las psicosis. 

Freud describe la esquizofrenia como lo que resulta de la pérdida de la relación del sujeto con el exterior causada por la retirada libidinal que afecta a esa exterioridad, a sus objetos y al yo del sujeto, objeto en el que recae la libido retirada. La mecánica de la fijación de la libido y su regresión le permiten diferenciar la paranoia de la esquizofrenia en las estructuras psicóticas; en la esquizofrenia la mecánica de la regresión y la fijación de la libido se localiza en un estadio muy temprano, previo al estadio del espejo, de manera que la unidad imaginaria del cuerpo propio no se percibe diferenciada del mundo exterior: no hay unidad imaginaria separada del Otro, no hay Otro, las sensaciones y percepciones del cuerpo-organismo se experimentan sin organización, sin la unidad que da sentido al “yo siento”. En la paranoia la libido se fija en un estadio posterior en el que el Otro ya ha otorgado al infans cierta unidad imaginaria. 

Freud, en 191519 observa una particularidad en la esquizofrenia: la relación cuerpo-lenguaje legible en los dichos de sujetos esquizofrénicos en los que predomina la dimensión orgánica del lenguaje, su función de órgano. Freud habla de “lenguaje de órgano” para describir estos usos del lenguaje en los que predominan tanto las alteraciones gramaticales como las construcciones que re-significan funciones orgánicas al margen de su funcionalidad y sin operación metafórica. Freud expone algunos ejemplos que ilustran estas observaciones, el de una mujer que acusa a su novio de haberle transformado los ojos porque desde que le conoció ve el mundo de otra manera: el ojo ya no es solo un órgano que ve y que mira sino un órgano que juzga y modifica, a partir de la mirada del Otro; los otros ejemplos que ilustran esta dimensión orgánica del lenguaje son los de hombres que presentan fenómenos aparentemente obsesivos, en relación a la higiene y cuidado corporal, pero que dejan ver la ausencia de metáfora: el caso del hombre para el que los poros abiertos de su propia piel representan el agujero vaginal, u otros dos casos en los que dos hombres también evitan detenerse en el agujero de la malla del calcetín al vestirse porque tal agujero evoca también la cavidad sexual femenina. En estos casos, la indicación de Freud se dirige a mostrar el predominio de la proximidad entre la palabra y la cosa, asunto que dista de ser experimentado de esta manera por sujetos neuróticos e índice para establecer un posible diagnóstico diferencial. En los casos mencionados, lo observado sobre la representación significante y la cosa indicaría un carácter de las formaciones esquizofrénicas, fenómeno que Lacan planteará como una operación del lenguaje para la condensación de goce. Freud habla de “lenguaje de órgano” para nombrar estas manifestaciones de lenguaje referidas al cuerpo y que a veces tienen una dimensión hipocondríaca, delirante. En la esquizofrenia lo simbólico es real, el delirio es real porque en la esquizofrenia no hay posibilidad de operar metafóricamente con el lenguaje; es lo que Freud observa cuando en los sujetos esquizofrénicos los órganos o algunos aspectos orgánicos se significan personalmente al margen del sentido convenido en los usos discursivos del lenguaje, porque en la esquizofrenia el cuerpo no llega a ser un cuerpo unificado por el lenguaje, de ahí que en la esquizofrenia podamos hablar del cuerpo sin órganos en tanto que si cabe la puesta en cuestión de la función de un órgano es mediante “el órgano lenguaje” al que el cuerpo está subordinado como tal20. 

  1. Lacan, J. “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos I, S. XXI, México, 1998, p.166.
  2. Ibidem
  3. Lacan, J. De la psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad, traducción de Antonio Alatorre, S. XXI, Buenos Aires, 2000.
  4. Lacan J. “Séance extraordinaire de l’École belge de psychanalyse”, 14 octobre 1972, Quarto, suplemento belga de La lettre mensuelle de l’École de la Cause Freu- dienne, 1981, n° 5, pp. 4-22.
  5. Un recorrido excelente en Muñoz, P. Las locuras según Lacan. Consecuencias clínicas, éticas y psicopatológicas, Buenos Aires, Letra Viva, 2011.
  6. J. Lacan: “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos 1, S. XXI, Buenos Aires, 1984, p. 162.
  7. J. Lacan: “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos 1, S. XXI, Buenos Aires, 1984.
  8. Lacan, J. Las psicosis, S. 3, Paidós, Buenos Aires, 1991, p. 135.
  9. Lacan, J. De la psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad, trad., de Antonio Alatorre, S. XXI, Buenos Aires, 2000 p. 291 

  10. Freud, S. “Sobre algunos casos de delincuentes por sentido de la culpabilidad” (1923), O. C.,T. XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1995.
  11. Lacan J. “La escritura del ego”, El sinthome, S. 23, Paidós, Buenos Aires, 2006, pp. 142 -153.
  12. Lacan, J. “El estadio del espejo como formador de la función del yo”, Escritos 1, S. XXI, Buenos Aires, 1998.
  13. Lacan, J. “La agresividad en psicoanálisis”, Escritos I, S. XXI, Buenos Aires, 1998.
  14. Lacan, J. “El estadio del espejo como formador de la función del yo”, Escritos 1, S. XXI, Buenos Aires, 1998, pg. 87.
  15. Lacan, J. Las psicosis, S. 3, Paidós, Buenos Aires, 1991, p. 135.
  16. Lacan, J. “De nuestros antecedentes”, Escritos I , S. XXI, Buenos Aires, 1998, p. 66.
  17. Lacan, J. “Del nudo como soporte del sujeto” El sinthome, S. 23 , Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 55.
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