El delirio, una economía del desarraigo

La clínica psiquiátrica clásica y el psicoanálisis se establecen, entre otras causas, en los interrogantes ante la falta de respuesta médica ante una fenomenología, hechos de lenguaje, que se expresa en una sintaxis extraordinaria, construcciones “alteradas” en el campo del Otro siempre vinculadas a la posición del sujeto en la cadena significante. Estas alteraciones (síntomas, fenómenos elementales, delirios y alucinaciones) significan lo individual de la articulación del ser hablante con la ausencia, con esa falta que la función materna pone en juego en relación al hijo. Falta que, paradójicamente, se entrega y que es el fundamento de lo que el discurso psicoanalítico enuncia como Nombre del Padre (función que re-presenta el tratamiento del deseo en la función materna). En las neurosis este movimiento es significante, re-presentativo, interpretable. El sujeto neurótico experimenta las alteraciones que significan el malestar como una inhibición, un síntoma o una alerta, una señal, la angustia, que amenaza su tranquilidad y se manifiesta alterando la estabilidad que le procuran sus convicciones. Es una alteración discursiva: el discurso se afloja y en esa laxitud aparece el malestar. Malestar en la cultura. En las psicosis, otro modo de las articulaciones del Otro, la alteración es más compleja porque la sintaxis discursiva se organiza en una temporalidad precaria, un modo en el que no cabe la sustitución metafórica sino el desplazamiento metonímico.

En las psicosis la irrupción “sintomática”, el fenómeno primario o elemental, es una presentación inefable, enigmática, que el sujeto experimenta como algo que aún careciendo de significado (desafectado, a-temático y anideico), le concierne. Aparece como un mensaje de carácter “autónimo” en tanto que es el significante mismo y no el significado lo que se constituye “en objeto de la comunicación”.

El fenómeno elemental, en Clerambault automatismo mental o sensitivo – cenestopático, es del orden del aparecer y rompe la continuidad de la cadena significante alterando la narrativa que constituye la modalidad espacio-temporal en la que el ser hablante está en el mundo. Esta irrupción ajena a toda significación da lugar a una segundo “movimiento del pensar” en el que aparece una nueva significación, alucinada, con la que el tratar el desbordamiento de la angustia ante el vacío de significación que la acompaña. Así, aparece en lo real lo que no se ha constituido simbólicamente.

La ruptura de la cadena significante está vinculada a los encuentros fundamentales de la vida (la muerte, la sexualidad, el amor, los modos impositivos … ). Pero no siempre es localizable esta relación con la causalidad ni podrá dar lugar a un modo discursivo en el que el ser hablante pueda acomodar su subjetividad. Al fenómeno inefable lo sucede el modo alucinatorio, después delirante. Un movimiento de lenguaje que pone en forma un equivalente a las formas ideales de las que se vale el sujeto neurótico para estar en un mundo suficientemente estable. Formas ideales, discursivas, que responden a una posición subjetiva y a una decisión: la de construir un producto con el sinsentido material de la alucinación. Un trabajo extraordinario.

El segundo movimiento, la alucinación que sucede al fenómeno elemental, es el principio del reestablecimiento de una narratividad que se asienta en el tercer movimiento si se constituye la formación delirante, ideal, que reintroduce el sentido. Este tercer movimiento no es una deducción, como se entendió en la psicopatología clásica al vincular el trabajo del delirio al uso de los materiales propios, biográficos, sino que reproduce la fuerza constituyente de los fenómenos elementales “tan elementales como lo es, en relación a una planta, la hoja en la que se verán ciertos detalles del modo en que se imbrican e insertan las nervaduras; hay algo común a toda la planta que se reproduce en ciertas formas que componen su totalidad”1.

He comentado de manera muy esquemática algunos aspectos generales de la economía del delirio siempre sujeto a lo individual de las posibilidades y los modos de construir una metáfora delirante, un esquema pensado desde lo que determina la fenomenología psicopatológica en la psiquiatría clásica y en el psicoanálisis. El delirio se conforma mediante dos mecanismos, la idea delirante y el trabajo del delirio en el que el sujeto trata de articular las revelaciones que constituyen el fundamento de la construcción delirante y los tres movimientos que hemos citado son el testimonio de lo que podemos llamar asentamiento funcional del delirio.

La psiquiatría y el psicoanálisis, trabajan en torno al lenguaje como elucubración de saber sobre lalengua y alrededor de la pérdida del universo discursivo para su posible restablecimiento. Pero ¿qué ocurre hoy con esta relación entre la psiquiatría y lo que da lugar a la locura? Esa pareja en diálogo, el loco y el psiquiatra, se ha desarraigado de su dialéctica. Ocurre, salvo honrosas excepciones, que no hay articulación alguna. La locura se expulsa del campo del lenguaje y se aborda como un hecho orgánico, desarraigada de su humana condición. Un exilio intenso el de la locura, garantía de la extensa cuota de mercado, el de la salud, que aviva “los mercados financieros, el corazón pulsante del capitalismo. Y lo son más cuanto más se basen los procesos de acumulación y de valorización capitalista sobre la explotación del conocimiento y de la vida” (cito a Andrea Fumagalli).

La psiquiatría contemporánea arraiga en lo más dudoso del cientificismo, el que se funda en los desarrollos de la marca al servicio del capitalismo cognitivo. La psiquiatría contemporánea expulsa al sujeto de su propio sufrimiento privándolo de su refugio natural, el lenguaje, privándolo de habitar el mundo después del estallido.

Después del estallido: El Breve diccionario etimológico de la lengua castellana de Corominas, localiza el término exilio en la primera mitad del siglo XIII, derivado de exsilire , salir afuera, en el sentido del destierro. Su uso desaparece durante siglos y vuelve a aparecer en 1939, al final de la Guerra Civil Española, inaugurando el exilio republicano español. Recojo ahora unos párrafos del ensayo de Javier Montejo, remitido a Exile, sobre la incidencia del exilio en las políticas de la salud mental para continuar pensando la pregunta del comienzo de la primera carta: “El discurso psicoanalítico, ¿una forma del exilio? Esta pregunta inaugura una serie de cartas dirigidas a cualquiera para pensar las formas de exilio y algunos hechos que re- presentan esta acción en la historia del psicoanálisis”.

Copio los cinco fragmentos que serán objeto de comentario en las siguientes cartas:

1- “Entre 1937 y 1939, en plena Guerra Civil Española y ambas en La Mancha, en la demarcación del frente del Sur, se llevaron a cabo dos experiencias absolutamente renovadoras en cuanto a la asistencia psiquiátrica y psicoterapéutica: el Hospitalde Almodóvar del Campo (Ciudad Real), que dirigió el psiquiatra catalán Francesc Tosquelles; y el Hospital de «La cueva de la Potita» en las inmediaciones de Madrigueras (Albacete), organizado por el psiquiatra alemán Max Hodann. Ambas experiencias, sepultadas durante más de sesenta años en el más absoluto olvido, supusieron la constitución de dos pioneras comunidades terapéuticas alentadas desde posiciones teóricas y técnicas cercanas al psicoanálisis, lo que las conectaba más o menos directamente con la primera comunidad terapéutica surgida desde el ámbito psicoanalítico: el Sanatorio Psicoanalítico de Tegel, que dirigió el psicoanalista Ernst Simmel en las afueras de Berlín entre 1927 y 1931. Esta línea enlazaría, a través de la figura de Emilio Mira y López, con los orígenes de las primeras comunidades terapéuticas reconocidas por todo el mundo: las diseñadas por Maxwell Jones en Inglaterra a comienzos de los años 50. Se establecería así una vía complementaria, la vía española, a la expuesta por Pérez del Rio (2010): el origen alemán de la Comunidad Terapéutica”.

2- “Tosquelles fue de los primeros en comprender que la práctica psiquiátrica clásica alienaba aún más al paciente y que el factor fundamental de su curación radicaba en la participación en la vida comunitaria, donde podía encontrar un sentido a su locura. Y esto con más de una década de anticipación sobre Thomas Main (1946), el primero en utilizar el término comunidad terapeútica , y sobre el británico Maswell Jones (1952) el creador oficialmente admitido de las Comunidades Terapéuticas. Aunque ningún testimonio ni documento publicado nos permita relacionar a Tosquelles y su experiencia en Almodóvar del Campo con la primera experiencia comunitaria del ámbito psicoanalítico, el Sanatorio Psicoanalítico de Tegel dirigido por Ernest Simmel entre 1927 y 1930, es innegable que ambas experiencias comunitarias se alimentan de las mismas fuentes, el pensamiento psicoanalítico y marxista, alejados de los diversos dogmatismos. Además, directa o indirectamente, algo debió de llegar a Tosquelles a través de su analista Sandor Eiminder, que había vivido todo aquello de manera muy directa”.

3- “Desgraciadamente, y me temo que no es casualidad, ambas vías han caído en un profundo olvido incluso en el ámbito psicoanalítico. Sirva como ejemplo que Otto Kernberg (1999), quizás uno de los psicoanalistas que más se han ocupado de los grupos y las instituciones, al revisar la historia de las comunidades terapéuticas apoyándose en la revisión de Whiteley y Gordon (1979), ni siquiera menciona la experiencia de Simmel en el Hospital de Tegel. Con todo y eso, es interesante señalar que Kernberg hace hincapié en algo importante para nuestro artículo: el trabajo en comunidad presenta una ideología en la cual se subraya el valor de los procesos democráticos, la aspiración a un marco terapéutico que surja de una organización espontanea y estructurada emocionalmente que de soporte al personal y a los pacientes (Kernberg, 1999, 210)”.

4- “En febrero de 1938 Emilio Mira es nombrado Jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejercito de la Republica y diseña un dispositivo asistencial teniendo en cuenta su idea de una psiquiatría «extensiva», centrándose más en la salud mental que en la enfermedad, y ocupándose tanto de los enfermos como de la salud mental del resto de la comunidad. El campo de actuación del psiquiatra deja de ser exclusivamente el hospital psiquiátrico y los enfermos mentales, pasando a serlo la comunidad de referencia y la salud mental de toda la población. Frente al aislamiento y la especialización, Mira propone la reintegración, la prevención y la promoción de la salud mental de la comunidad” (…) “Hodann y Tosquelles evitaron formar parte directa, «encuadrarse», en el movimiento psicoanalítico, internacional 4 A diferencia de Freud y sus seguidores, su causa no fue el psicoanálisis sino la revolución social, y para ambos el psicoanálisis, tanto la teoría como la práctica, era un instrumento para la liberación de los hombres y mujeres. Los dos relegaron su compromiso con el psicoanálisis a un segundo plano, detrás de un prioritario compromiso social por una causa mayor, a la que en su opinión también servía el psicoanálisis. Por supuesto que no fueron los únicos en esa posición, que no era muy diferente a la de numerosos psicoanalistas como Wilhelm Reich, Otto Fenichel y el conocido grupo de analistas de izquierdas, pero su radical des-encuadramiento en ninguna de la familias psicoanalíticas puede dar cuenta de su olvido posterior, así como del hecho que sus experiencias no fueran tomadas como referentes posteriormente, ni su memoria reivindicada desde el mundo psicoanalítico, tan presente en las reformas y revoluciones psiquiátricas de los años sesenta y setenta. Es inútil buscar referencias sobre nuestros autores en las diversas historias de los psicoanalistas. Podemos afirmar que una de las razones de su posterior exclusión, tanto de Tosquelles como de Hodann, fue su permanente posición marginal en lo que respecta al movimiento psicoanalítico. Su permanente posición de outsider”.

5- “Sin negar el origen alemán de la comunidad terapéutica, tal y como brillantemente argumenta Pérez del Río (2010), apoyándose en el precedente del sanatorio Tegel, las experiencias de Hodann y Tosquelles durante la Guerra Civil mostrarían que, además del referente nacional, lo que realmente enmarcó los orígenes de la creación de las primeras comunidades terapéuticas fue la confluencia del pensamiento marxista —libre de dogmatismos y de políticas de partido— y del psicoanálisis freudiano convencido de su utilidad para transformar la cultura y la sociedad, colocado más allá de su práctica puramente psicoterapéutica” (…) “Es importante que en estos difíciles momentos que atravesamos, donde se aúnan la saturación y los enésimos recortes en los servicios de salud mental, podamos recuperar estas antiguas experiencias realizadas bajo situaciones mucho más catastróficas. Su conocimiento y reflexión nos pueden aportar nuevas herramientas para afrontar las dificultades y retos que nos plantea una psicoterapia en tiempos de crisis, evitando dejarnos caer en la desmoralización, la apatía, el nihilismo terapéutico… o aún peor, en el cinismo”.

MRG

  1. Lacan, J. Las psicosis, Seminario 3 (1955-1956), Paidós, Buenos Aires, 1984, p.33.