Sobre la sublimación en el texto de Freud
Una anécdota sobre la casuística freudiana, sin saber bien a qué viene esta excursión. Aprés-coup, quizá… En Freud son cinco los estudios psicobiográficos en torno a la producción artística y cinco los casos clínicos fundamentales situados así por algunas vertientes de la historia del psicoanálisis. El término caso, participio de cadere, significa caído, resto productivo que significa la eficacia del Otro, de la estructura: significa la singularidad de la casuística1. Las psicobiografíasa son: “El delirio y los sueños en la “Gradiva, de W. Jensen” (1907), “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci” (1910), “El `Moisés, de Miguel Ängel” (1914), “Un recuerdo infantil de Goethe” (1917) y “Dostoievski y el parricidio” (1928). Los casos: “Caso Dora”, “Caso Schreber”, “El hombre de las ratas”, “El hombre de los Lobos” y “El pequeño Hans”. En la primera serie las exposiciones tienen en común que no resultan de un par compartido, ya que son lecturas de un “producto público”. Melanie Klein también lo hace así. Citamos dos de sus escritos más referidos para pensar su teoría de la sublimación: «Situaciones infantiles de angustia reflejadas en una obra de arte y en el impulso creador» (1923), en el que Klein reflexiona sobre el libreto de «El niño y los sortilegios», ópera de Maurice Ravel que parte literariamente de un texto de Colette, y «El espacio vacío», relato de la escritora y periodista danesa Karin Michaelis sobre la respuesta pictórica de una mujer llamada Ruth Kjär.
En la segunda serie, la de los cinco casos clínicos, la presencia de dos posiciones discursivas se da en tres de ellos. Común a los diez textos de Freud es que son construcciones discursivas en las que se decanta lo que proviene de la singularidad del sujeto localizado en su modalidad de goce. Fuera de la serie y paradigma de la Otredad del caso es la construcción sobre el tratamiento de Ana O, paciente de Breuer: es un caso escuchado por Freud, relatado por Freud a Charcot y escrito por Freud a posteriori. El caso Ana O es el paradigma de estos ejercicios que generan enseñanza en tanto que algo del orden de la transmisión se establece como objeto de estudio al tratar de poner en forma la invención, lo inédito, la modalidad de goce representada en un sujeto. Este excurso parece que viene al caso porque vamos proponiendo la noción de resto, resto productivo, para nombrar lo que queda del obrar artístico y otras obras. ¿Qué decir del caso clínico como producción sublimada? ¿Resto, también, de una operación de lenguaje en la que el cuerpo está implicado? Una operación sublimada en la que está implicado ese montaje de la extimidad que es la pulsión.
Sublimación es el nombre de una operación por la que se modifica el estado de una sustancia pura pasando de sólido a gaseoso o viceversa, sin fusión. Es un fenómeno físico porque no afecta a la modificación de la estructura química del elemento, siendo cinética la causa de la modificación. Entendemos que es importante considerar la dimensión cinética del proceso, condición necesaria a toda construcción relativa, a la narratividad, si nos preguntamos porqué Freud eligió ese término.
Freud usa la palabra sublimierung para abordar la teoría de las pulsiones. Elige el término germánico Trieb y no Instinknt, reservando este último para designar lo referente al comportamiento animal determinado por la genética, para designar la constancia de la fuerza, el empuje, que se origina en fuentes de excitación en el interior del organismo. Este empuje es un estímulo que no proviene del exterior, tiene un carácter constante y exigen una satisfacción que se cumple como voluntad de destrucción. Este movimiento, o situación, la homeostasis freudiana (conjunto de fenómenos de autorregulación dirigidos al mantenimiento de una relativa constancia en la composición y las propiedades del medio interno de un organismo), Lacan lo relaciona con lo que está más allá del retorno a lo inanimado. “La pulsión propiamente dicha es algo muy complejo (…), entraña una dimensión histórica (…) se marca en la insistencia con que ella se presenta, en tanto se relaciona con algo memorable, por haber sido memorizado (…) La pulsión de muerte debe situarse en el dominio de lo histórico. La pulsión como tal, y en la medida en que es pulsión de destrucción, debe estar más allá del retorno a lo inanimado ¿Qué puede ser realmente salvo una voluntad de destrucción directa?, si puedo expresarme así para ilustrar aquello de lo que se trata. No coloquen el acento en el término voluntad (…) cualquiera que sea el eco del interés que pudo despertar en Freud la lectura de Shopenhauer (…) Voluntad de destrucción. Voluntad de comenzar de cero. Voluntad de Otra-cosa, en la medida en que todo puede ser puesto en causa a partir de la función significante”2. La homeostasis freudiana radica en esa exigencia. Así lo expone Lacan en La ética del psicoanálisis cuando plantea la satisfacción pulsional como pulsión de muerte, dimensión mortífera del goce.
El término Sublimierung aparece por primera vez en una carta dirigida a Wilhelm Fliess, – 2 de mayo de 1897, en la que Freud dice: «las fantasías provienen de lo oído, entendido con posterioridad, y desde luego son genuinas en todo su material. Son edificios protectores, sublimaciones de los hechos, embellecimientos de ellos, y al mismo tiempo sirven al autodescargo». Increíble todo lo que dice Freud en este pequeño párrafo. No hay desarrollo del concepto, pero usa el término sublimierung para aludir al primer fundamento estético de la civilización: la arquitectura, “edificios protectores”3, la sombra que da cobijo a la intimidad, y a la parcialidad pulsional, la pulsión invocante, “las fantasías provienen de lo oído, entendido con posterioridad…”, ese objeto lacaniano, la voz, al que Freud alude de manera implícita y al que Klein se refiere en su aparición más temprana como Súper Yo infantil.
Lo que Freud plantea como sublimación está presente en los inicios de su trabajo. La noción recorre la obra, como la recorre en Goethe, siendo este curso mención necesaria dada la intensa relación de Freud con el texto de Goethe4. Pero Freud no explica cómo aparece ni se da continuidad en el desarrollo teórico que encontramos en otros conceptos. Cabe pensar, tal como lo plantean Ernest Jones y Strachey, que fuese uno de los siete escritos metapsicológicos a los que se les supone existencia, aunque no haya rastro de su publicación. Es curioso que la indeterminación teórica de la sublimación es pareja a lo que en el pensamiento estético afecta a pensar el arte como espacio determinado por la producción artística. Grüner5 alude a la academia “que no quiere ver que el arte, como la historia misma, es un campo de batalla no decidido de antemano, del cual se puede huir pero al cual no se puede ingresar impunemente (…) Afortunadamente, hay pensadores críticos del arte – de Carl Einstein a Fredric Jameson, de Walter Benjamin a Georges Didi-Huberman, de Theodor Adorno a Rosalind Krauss, de Mikhail Bakhtin a Pier Palo Pasolini- que, cada uno desde su propia perspectiva, han aceptado el desafío de abordar el arte como un sitio de conflicto, como un terreno polifónico de disputa”.
Hay carencia teórica, pero el concepto no abandona el texto freudiano: se extiende a lo largo de toda la obra especialmente vinculado a los procesos psíquicos que dan cuenta de lo que designamos como logros culturales: «Todo aquello en lo cual la vida humana se ha elevado por encima de sus condiciones animales y se distingue de la vida animal (…) muestra al observador, según es notorio, dos aspectos. Por un lado, abarca todo el saber y poder-hacer que los hombres han adquirido para gobernar las fuerzas de la naturaleza y arrancarle bienes que satisfagan sus necesidades; por el otro, comprende todas las normas necesarias para regular los vínculos recíprocos entre los hombres y, en particular, la distribución de los bienes asequibles»6. Esta definición la vinculamos con la que propone Lévy-Strauss: “Toda cultura puede considerarse como un conjunto de sistemas simbólicos, de entre los cuales figuran en primer plano el lenguaje, las reglas matrimoniales, las relaciones económicas, el arte, la ciencia, la religión”7.
Desde 1897 hasta El esquema del psicoanálisis,1938, la sublimación aparece, dispersa y constante, instalada en la obra, quizá a la espera de que otros discursos abran el estudio y faciliten acceder a esta noción, a su operatividad. Ante lo singular de algunos productos psíquicos, Freud se pregunta por la consistencia de esas manifestaciones y por lo que opera en su elaboración para establecer el funcionamiento en estos procesos de producción sublimada. Freud vincula esta operación, la sublimación, a la transformación de la meta sexual de la pulsión, la satisfacción sexual, en elaboraciones que trascienden la dimensión biológica. A lo largo de la obra el concepto se va acomodando a los avances de la teoría, pero conserva una descripción esencial: la sublimación es un cambio de meta de la pulsión sexual hacia fines no sexuales. Es un proceso que implica una transformación que permite la expresión de una satisfacción sin reparos. Así, la pulsión sexual y no otras mociones pulsionales, se satisface en producciones valoradas socialmente, siendo esta energía sexual trasformada el núcleo de las formaciones culturales.
El texto freudiano permite proponer tres momentos para el estudio de esta noción articulándolos al desarrollo teórico de otros conceptos psicoanalíticos. Es una asignación forzada, cronológica, al margen del establecimiento de las dos tópicas, pero nos puede ser útil para esbozar el curso de su conceptuación y pensar las cuestiones que se abordan a medida que la clínica le va planteando interrogantes en torno a la causalidad de los síntomas. En un principio nos planteamos el estudio en dos tiempos, los de la primera y segunda tópica que dan lugar a las dos lecturas fundamentales del texto freudiano: la inglesa y sus derivas, dándose ahí la expansión de la “causa yoica” en detrimento del concepto fundante, el inconsciente, y la francesa, representada por lo que Lacan enuncia como “retorno a Freud”, asentada en la primera tópica, la de la elucidación del inconsciente freudiano.
Freud en Más allá del principio del placer (1920) modifica la nomenclatura de las instancias que componen el aparato psíquico. La modificación no invalida lo establecido en la tópica anterior: el yo, el ello y el superyó de la segunda tópica localizan con mayor precisión lo que ya está planteado en las instancias psíquicas nombradas como inconsciente, preconsciente y consciente. Freud replantea su teoría y aborda la existencia de la pulsión de muerte formulando la hipótesis de que el ser vivo tiende a retornar a lo inanimado, expresión de la naturaleza conservadora que se manifiesta en la tendencia a mantener lo mismo, el mismo ciclo vital; una insistencia dirigida también a lograr de nuevo la experiencia de una satisfacción primaria. Este replanteamiento propone la consideración de lo incognoscible, lo indecible, el acontecimiento… maneras de referirnos a lo real, un proceder que contempla lo inabordable como límite en el acceso a lo inconsciente. Freud, al introducir la pulsión de muerte plantea la repetición al margen de lo analizable en transferencia analítica. Al margen también, lógicamente, de la sublimierung. Al margen, no sin ella.
La propuesta genealógica
En un primer tiempo, desde 1897 hasta 1908, aparece la idea de la producción sublimada como resultado de una operación psíquica pero sin explicación alguna sobre la posible articulación entre el proceso sublimatorio y el represivo. En este intervalo, textos fundamentales para investigar los desarrollos de la sublimación en Freud son: Tres ensayos de teoría sexual (1905b), La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna (1908), Psicopatología de la vida cotidiana (1901), Fragmentos de un análisis de un caso de histeria (1905a), El chiste y su relación con lo inconsciente (1905), El creador literario y el fantaseo (1907), El delirio de los sueños en la Gradiva, de W.Jensen (1907), La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna (1908b) y Carácter y erotismo anal (1908a).
En este momento de la teoría, la represión es un trabajo psíquico mediante el que se impide el recuerdo de un hecho traumático. Este es el criterio en el contexto de las neurosis de defensa, planteada la defensa como una operación que impide la descarga de la representación que entra en conflicto: se sustrae la carga afectiva, factor cuantitativo, inervando el cuerpo y se construye una formación sustitutiva, un síntoma neurótico -histérico u obsesivo, que Freud intenta sistematizar construyendo la teoría de la seducción. En 1897 abandona la teoría de la seducción traumática, fundamento del concepto de inconsciente causado por la represión. La resignificación del acontecimiento traumático es lo que daría lugar al síntoma neurótico en una primera concepción freudiana del inconsciente. El abandono de esta primera teoría permitirá a Freud ubicar lo real del síntoma en lo propiamente pulsional. Así, el síntoma ya no es la consecuencia de un hecho traumático sino una formación en la que se articula lo pulsional, lo libidinal y la represión.
El síntoma, en toda la obra de Freud, se constituye en dos vertientes: la relativa a la ideación que determina el ámbito psíquico de esta formación, constituida en la representación, la fantasía y las identificaciones, y la vertiente energética, relativa a los afectos, determinada por la libido y lo pulsional re-presentadas en los aspectos biológicos de la corporalidad. El síntoma como formación de compromiso entre las mociones pulsionales inconscientes –que se satisfacen por vía indirecta– y el Yo. Para el Yo, el síntoma, a pesar de las perturbaciones que comporta, es más conveniente que la representación reprimida. El proceso represivo supone una separación del afecto insoportable de la representación, enviando esta al inconsciente y ligando el afecto, el quantum energético, a una representación más tolerable. Respecto a esta dualidad Freud, en el caso Dora, dice: “Hasta donde yo alcanzo a verlo, todo síntoma histérico requiere de la contribución de las dos partes [la somática y la psíquica]. No puede producirse sin cierta solicitación (transacción) somática brindada por un proceso normal o patológico en el interior de un órgano del cuerpo o relativo a ese órgano (…) Ahora podemos intentar reunir las diversas determinaciones {determinismos} que hemos hallado para los ataques de tos y de afonía. Debajo de todo en la estratificación cabe suponer un estímulo de tos real, orgánicamente condicionado, vale decir, el grano de arena en torno al cual el molusco forma la perla”8. La solicitación somática resulta de una condición previa, la fijación pulsional en alguna zona erógena a la que se le añaden las representaciones que le dan sentido al síntoma (fantasías… representaciones). El aspecto pulsional no psíquico del síntoma, el que afecta a la dimensión biológica, corporal, es lo irreductible de la formación, “una exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico”9 desde lo biológico: así lo propone en uno de los textos finales. Freud, en la compleja conceptuación de la pulsión no se deshizo de su determinación biológica ubicando ahí el núcleo de lo inanalizable. Y ahí, también en términos freudianos, cabría una operación psíquica al margen de la satisfacción sintomática, la sublimación.
En este período no está bien delimitada la consistencia de la sublimación frente a la del síntoma o de la defensa, ni está bien diferenciado el mecanismo sublimatorio de la formación reactiva. Cuando Freud introduce esta noción (Tres ensayos sobre la teoría sexual,1905) establece la importancia de estas formaciones como fuente de constitutiva del carácter, señalando una importancia equivalente a la de la sublimación.
Lacan en La relación de objeto, S. 4, presenta la clínica de los fenómenos reactivos para mostrar como estas presentaciones están articuladas a lo pulsional en tanto que la pulsión es un efecto del significante10. En ambos procesos, la sublimación o la formación reactiva, hay un desvío de la pulsión en relación a su meta. Estamos hablando del primer tiempo de la construcción de los fundamentos de la teoría pulsional en el que desarrollo teórico gira en torno a la dinámica de las pulsiones yoicas, las de conservación y las sexuales. En este tiempo observamos cierta insistencia en investigar la relación entre los destinos de las pulsiones parciales de la sexualidad y la actividad sublimatoria, un intento descriptivo que no alcanza a definir el mecanismo por el que opera.
Esta primera teoría pulsional aparece en Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905) y ahí distingue las pulsiones sexuales, cuyo empuje está en el cuerpo, de las de auto conservación, vinculadas a la necesidad pero modificadas por la sexualidad (el término auto conservación aparece por primera vez en 1910, en La perturbación psicógena de la visión, según el psicoanálisis)11.
En 1908, en El poeta y la fantasía, relaciona lo que conecta la repetición y la pulsión al poner en contacto el juego y la fantasía, sea la del ensueño diurno o la del creador literario. Citamos a Lacan, leyendo lo que Freud capta sobre la repetición observando el juego de su nieto, el reiterado fort-da: “El conjunto de la actividad [del juego] simboliza la repetición, pero de ningún modo la de una necesidad que clama porque la madre vuelva, lo cual se manifestaría simplemente mediante el grito. Es la repetición de la partida de la madre como causa de una Spaltung en el sujeto, superada por el juego alternativo, fort-da, un aquí o allá que solo busca en su alternancia ser el fort de un da y el da de un fort. Busca aquello que, esencialmente no está, en tanto representado, porque el propio juego es el Repräsentantz de la Vorstellung. ¿Qué pasará con la Vorstellung cuando, de nuevo, llegue a faltar esa Repräsantanz de la madre – en su dibujo marcado por las pinceladas y las aguadas del deseo?”12 Lacan propone esta articulación como paradigma de la causa de la división del sujeto en la interpretación del Fort-da freudiano, extensible a la lógica de todo procedimiento lúdico. Ser el fort de un da y el da de un fort. Algo del orden de la paradoja se propone en esta lectura. La paradoja, citamos de nuevo a Winnicott, es otro de los conceptos fundamentales de su teorización psicoanalítica, situación que se sostiene sin ánimo de resolución.
En El poeta y la fantasía/ El creador literario y el fantaseo, Freud establece una relación lógica entre la función del juego infantil y la actividad creadora del poeta diferenciándola del fantasear del adulto. La diferencia recae en que tanto el juego infantil como la actividad del poeta son actividades en las que el individuo no se sustrae de la publicidad del acto mientras que la fantasía del adulto se tiene por una construcción íntima que produce vergüenza, por lo que procede a su ocultación. En este ensayo sitúa los aspectos analógicos y lo que diferencia la actividad lúdica infantil, la fantaseadora del adulto y la actividad poética. Lo analógico está vinculado a la causa, al deseo como causa de la construcción lúdica (ensoñadora o poética) y como causa de la sublimación en tanto que las tres elaboraciones implican el cambio de objeto en una operación simbólica. Lo que diferencia estas producciones (juego, fantasía del adulto y actividad poética) lo ubica en el efecto de sublimación y en el de vergüenza: mientras que la creación poética opera sobre el auditorio o sobre el lector un efecto de sublimación, el niño juega, apoyando lo que imagina en objetos y circunstancias de la realidad, sin que su actividad produzca un efecto sublimatorio, podríamos decir de goce estético, en el Otro representado en el otro/ semejante. En ambas construcciones, juego infantil o creación poética, la vergüenza, factor propio de las fantasías diurnas, es ajena. Tanto el poeta, sea artista visual o se valga de la palabra, como el niño que juega crean un mundo fantástico y lo toman en serio, pero sin dejar de diferenciarlo de la realidad. La contraposición juego-realidad introduce la renuncia como exigencia del mundo adulto, retirada que no afecta al pensamiento artístico, al producto artístico como pensamiento poético. Mejor dicho, como poética del pensar.
Un inciso a propósito de las perturbaciones psicógenas de la visión. Una fotógrafa contaba una anécdota divertida sobre su sorprendente experiencia de ver los objetos de la realidad en un tamaño que no es el que habitualmente presentan. Los objetos de la naturaleza, aquí unas ovejas, se habían reducido de tamaño. Una reducción notable. El fenómeno, que conocemos como micropsia13, no responde a formación patológica alguna; se presentó de manera puntual en una artista, fotógrafa, que trabaja localizando objetos visuales. Mejor dicho: trabaja fijando en un soporte los objetos visuales que la captan. Aún más preciso: localizando lo que la capta. X trabaja con el ojo, órgano relacionado con la moción escópica, operación pulsional que llamamos mirada… Trabaja con el Superyó. Hablamos de lo que de idealización hay en el quehacer artístico. X se dirige a las personas que la acompañaban y comenta su extrañeza ante el reducido tamaño de las ovejas. Atribuye tal disminución a la precarizarización de la vida en el tiempo que nos toca vivir: todo se empobrece, también los recursos naturales… La disminución que observa es signo de la deshumanización del mundo… ¿Una reducción imaginaria del Otro articulada a una causa ideal?
Este fenómeno, de carácter agnósico, se da en un momento en el que en la de la vida de X coinciden una serie de circunstancias que incrementan notablemente su angustia, afecto que se desborda en las situaciones en las que experimenta el ser vista, somentida a una observación/ exposición por la que será juzgada. Algo puede hacer ahí, y no es precisamente una solución sublimada, que es lo que califica su práctica de la fotografía. Lo que puede hacer, lo que hace, es una formación reactiva. Cabe añadir que la expresión habitual de esta mujer tiene cierto “tono” afásico: es frecuente que use significantes en los que la relación significante/ significado está claramente determinada por la homofonía, aunque no netamente. Por ejemplo: Ante un disgusto de importancia, dice: he tenido un socavón. Socavón por sofocón, si. Y no es un lapsus. Un socavón es un agujero grande, y grande es la experiencia que se presenta cuando el Otro la contraría; mejor dicho, cuando en el Otro se contraría. Otro que existe plenamente en la medida que otro, el semejante, la contradiga. Un Otro que existe sin contradicción, sin medida. También es interesante que la coletilla que trufa sus dichos en cualquier conversación es un “¿sabes?” enunciado con una frecuencia notable y que apunta homofónicamente más al ver que al saber.
Un segundo tiempo en esta distribución cronológica del estudio, lo representarían fundamentalmente dos textos: Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910) e Introducción al narcisismo (1914). En ambos textos delimita con mayor precisión el concepto y se establece claramente la diferencia entre los procesos represivos y los sublimatorios. Freud elucida el sistema narcisista y la noción de Ideal del Yo distinguiendo el proceso de idealización del sublimatorio. En este momento de la teoría reconocemos dos factores pulsionales: uno cuantitativo, monto de excitación, y otro cualitativo, que carece de registro material, sosteniéndose la teoría pulsional en el conflicto entre pulsiones de autoconservación, yoicas (las pulsiones yoicas y las de auto conservación se diferencian, y en algunos momentos se confunden) y las pulsiones sexuales. El yo, en formación, entra en conflicto con las pulsiones sexuales y trabaja para poder vivir en las coordenadas que impone la civilización.
Laplanche, trata de explicar la articulación de las pulsiones de autoconservación y las sexuales en lo que designa como construcción diédrica y toma como paradigma la succión, operación en la que se articulan la función alimentaria y la oralidad sexual: saugen y ludeln (Freud, Introducción al narcisismo, 1905a), ejemplo que expone una modalidad económica del funcionamiento sexual tan ajeno como propio de la causa sexual, valga la redundancia, ya que la doble satisfacción se produce en el ejercicio de la autoconservación.
Citamos a Lacan, seminario 4, a propósito de la manifestación de las construcciones yoicas en Leonardo, legibles en su escritura en espejo. Leonardo “trabaja en doble” (porque la matriz que acoge lo sinthomático está construida): “(…) no se si alguna vez han hojeado ustedes la reproducción de algún volumen. Produce cierto efecto ver que todas las notas de un señor están escritas en espejo. Luego, cuando las lees, ves que siempre está hablando consigo, llamándose a sí mismo – Tu harás esto, le preguntarás a Juan de París el secreto de la pintura seca, irás a buscar dos pizcas de lavanda o de romero a la tienda de la esquina…-. Son cosas de este orden, todo está mezclado (…) en esta relación de identificación del yo con el otro instaurada así en este caso; es esencial para comprender cómo se constituyen las identificaciones a partir de las cuales progresa el yo del sujeto. Se puede decir, me parece, que correlativamente a toda sublimación (…) vemos siempre producirse en el plano imaginario, bajo una forma más o menos acentuada según la mayor o menor perfección de tal sublimación, una inversión de las relaciones entre el yo y el otro. Así, tendríamos verdaderamente, en el caso de Leonardo de Vinci, alguien que se dirige y se da órdenes a sí mismo a partir de su otro imaginario. Su escritura en espejo se debería pura y simplemente a su propia posición, cara a cara respecto a sí mismo”14.
En este segundo período freudiano, las pulsiones sexuales no aparecen vinculadas a una entidad responsable y descansan en las yoicas, emergen de ahí y desde ahí se localiza el objeto de la satisfacción. En Tres ensayos (1905), en una nota de 1914, define la pulsión como “agencia representante psíquica de una fuente de estímulos intrasomática en continuo fluir”15 distinguiéndola del estímulo producido por excitaciones que proceden de afuera.
En Las pulsiones y sus destinos (1915)16 define la pulsión como “concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico debido a su trabazón con lo corporal (…) las pulsiones actúan de modo autoerótico (…) su objeto se eclipsa tras el órgano que es su fuente (…) y por lo común coincide con esta última”. Las pulsiones y sus destinos es el primero de una serie de doce ensayos que representarían (según Ernest Jones), una síntesis de sus concepciones metapsicológicas. La metapsicología freudiana se funda en interrogar la causa y la expresión de la neurosis, en la represión y el síntoma. Lo que la sublimación introduce es una modalidad específica de la representación en la que lo que está en cuestión es la naturaleza del intervalo, de la representación formulada como S1-S2, al margen de la significación. Una especie de suspensión de la significación en lo que articula el aparato psíquico freudiano constituido en lo que relaciona la pulsión, la memoria re-presentacional, el cuerpo y el lenguaje. La constitución del aparato psíquico causado por la represión primordial ubica la existencia de lo pulsional como efecto de la represión fijado, inscrito, a un representante de la representación.
Los cinco primeros textos metapsicológicos son los que conocemos como Trabajos sobre metapsicología: “Pulsiones y destinos de pulsión”; “La represión”; “Lo inconsciente”; “Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños” y “Duelo y melancolía”, cinco textos escritos en seis semanas en un momento extraordinariamente crítico, en 1915, sin apenas pacientes y con una audiencia limitada: “Sé que estoy escribiendo para sólo cinco personas en la actualidad, usted y otros pocos”, así se lo dice a Ferenczi en una de sus cartas.
Mantiene la división entre pulsiones yoicas o de autoconservación y las pulsiones sexuales, aclarando que es una mera construcción auxiliar que sólo ha de mantenerse mientras resulte útil, y distingue cuatro elementos en la composición de la pulsión: El esfuerzo, drang; la meta, ziel; el objeto, objekt, y la fuente, quelle, y cuatro destinos pulsionales: La represión y su correlato sintomático, el trastorno en lo contrario, la vuelta hacia la propia persona y la sublimación.
Propone el esfuerzo, drang, como una fuerza constante, el motor de la pulsión. Citamos a Lacan, S.11: “La constancia del empuje impide cualquier asimilación de la pulsión a una función biológica, la cual siempre tiene un ritmo. Lo primero que dice Freud de la pulsión, es que no tiene ni día ni noche, ni primavera ni otoño, ni alza ni baja. Es una fuerza constante”17. La meta, ziel, mantiene su carácter invariable y la variabilidad de sus vías para alcanzarla. En caso de no alcanzarse la meta, la pulsión se satisface parcialmente. Así, la satisfacción, al incluir diversos derroteros abre la posible satisfacción al malestar, en el displacer o en los síntomas. “Es evidente que la gente con la que tratamos, los pacientes, no están satisfechos, como se dice, con lo que son. No obstante, sabemos que todo lo que ellos son, lo que viven, aun sus síntomas, tiene que ver con la satisfacción. Satisfacen a algo que sin duda va en contra de lo que podría satisfacerlos”18. El objeto, objekt, de la pulsión Freud lo define como lo más variable de la pulsión, es aquello mediante lo que puede alcanzar su meta, y puede ser un objeto externo o una parte del propio cuerpo. Esta variabilidad implica que ninguno de sus modos, localizaciones, es equivalente a los objetos de la necesidad. Implica, al fin y al cabo, la imposibilidad de que un objeto satisfaga la moción pulsional. Y de nuevo Lacan: “Aunque la boca quede ahíta… no se satisface con comida sino, como se dice, con el placer de la boca” 19. La fuente, quelle, es el proceso somático en el que se produce el estímulo, una localización “en tierra de nadie”, entre el cuerpo, los bordes del cuerpo, y el Otro. En extimidad.
De los cuatro destinos pulsionales que Freud plantea en este texto, ninguno comporta renunciar a la satisfacción. Los referimos:
- La represión y su correlato sintomático, que evidencia el fracaso en evitar la satisfacción.
- El trastorno en lo contrario, que se manifestará como satisfacción en modo activo o pasivo. Freud Ilustra el axioma poniendo en relación los pares sadismo-masoquismo y el placer de ver-exhibición, siendo el trastorno el paso de la meta activa a meta pasiva.
- La vuelta hacia la propia persona, una vuelta que afecta al contenido y que significa la mudanza del amor en odio, ilustrado por Freud mediante la dinámica y la consistencia del masoquismo y entendido como un movimiento sádico vuelto hacia el yo, y
- La sublimación, que comporta satisfacción pulsional desviada del objeto.
En “Las pulsiones y sus destinos”, sobre el carácter sexual de la pulsión, dice: “Son numerosas, brotan de múltiples fuentes orgánicas, al comienzo actúan con independencia unas de otras y sólo después se reúnen en una síntesis más o menos acabada. La meta a la que aspira cada una de ellas es el logro del placer de órgano; sólo tras haber alcanzado una síntesis cumplida entran al servicio de la función de reproducción. Se singularizan por el hecho de que en gran medida hacen un papel vicario unas respecto de las otras y pueden intercambiar con facilidad sus objetos…se habilitan para operaciones muy alejadas de sus acciones-meta originarias (sublimación)20.
De los destinos referidos solo desarrolla el que afecta al trastorno en lo contrario y la vuelta hacia la propia persona. En el par mirar-ser mirado, el trastorno de actividad en pasividad lo plantea como el paso del placer voyeurista al exhibicionista. Dicho de otra manera, de la voz activa a la pasiva del verbo, del lugar de sujeto al lugar de objeto. El régimen que gobierna el par sadismo-masoquismo es el mismo: se produce un cambio de voz y de lugar en la acción. Propone un desplazamiento entre sujeto y objeto, invirtiendo lugares y modificando la polaridad pulsional (de activa a pasiva).
Para entender la mecánica pulsional, Freud propone tres pasos: El sadismo como afirmación de poder dirigido a otra persona como objeto; la sustitución del objeto por la persona propia, trastocando el movimiento pulsional activo en pasivo y un tercer paso en el que la persona ajena ocupa el lugar de sujeto que ejerce la actividad. Para explicar el proceso de transformación de estos destinos pulsionales se detiene en la pulsión escópica y en lo manipulativo, a diferencia de las localizaciones sobre las que teoriza en el texto de 1905, la pulsión oral y la anal.
En 1964, en Los cuatro conceptos fundamentales, Lacan plantea esta convivencia de lo activo y lo pasivo, del sujeto y el objeto de la pulsión, en términos de trayecto. Si la pulsión es un empuje imparable no es posible pensar la pasividad en tanto que el cambio conlleva necesariamente un corte en la moción pulsional. En razón de la noción de empuje pensaremos la pulsión como forma reflexiva, así la fórmula mirar-ser mirado se transforma en mirar-hacerse mirar. Este movimiento reflexivo es la dinámica de toda dimensión pulsional. Así, fuente y objeto, origen y satisfacción son las determinaciones que designan un recorrido, el trazado de la satisfacción. No se trata de un cambio de activo a pasivo en la pulsión, ni de un cambio de sujeto en objeto sino de los diversos usos/ trayectos pulsionales dirigidos a obtener la satisfacción.
Entre 192021 y 1938, tercer momento en la distribución propuesta, Freud plantea otra conformación del aparato psíquico, también dual, que proviene de la reflexión sobre los procesos de formación y destrucción de los organismos, los que constituyen la vida y los que llevan a la muerte. Aparece así la incorporación de un concepto, la pulsión de muerte, que nombra lo que opera de manera constante y silenciosa, y que se manifiesta como tendencia agresiva “Un grupo de estas pulsiones, que trabajan en el fundamento sin ruido, persiguen la meta de conducir el ser vivo hasta la muerte, por lo cual merecerían el nombre de pulsiones de muerte (…) El destino más importante de la pulsión pareció ser la sublimación, en la que objeto y meta sufren un cambio de vía, de manera que la pulsión originariamente sexual halla su satisfacción en una operación que ya no es más sexual, sino que recibe una valoración ética o superior”22.
Este replanteamiento de la teoría pulsional proviene de la observación de los fenómenos que manifiestan la repetición, los síntomas, la reacción terapéutica negativa y las neurosis de guerra. Freud observa un fenómeno, la compulsión a repetir. Esta advertencia no afecta a la concepción dualista-dinámica de lo pulsional pero sí a la económica, confirmándose el supuesto de una tendencia a cero que se observa a través de la repetición como necesidad de reestablecer un estado anterior. Es el momento de la construcción de Más allá del principio del placer (1920), texto principal en la construcción de una metapsicología en fase final. En este momento de la teoría, las pulsiones yoicas representan la conservación orgánica, heredera de lo inorgánico: “lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo”23. En este dualismo, las pulsiones de vida que en otro momento sitúa en términos de conservación bajo la meta de la reproducción y respondiendo a la libido narcisista o de objeto, aspiran a la unión, a perpetuar la materia. Sobre la pulsión de vida dice: “es con mucho la más llamativa, la más notable, por lo cual es más fácil percatarse de ella. No solo comprende la pulsión sexual no inhibida, genuina, y las mociones sexuales de meta inhibida derivadas de aquélla, sino también la pulsión de autoconservación” 24.
Con Freud entendemos que la pulsión es una fuerza de procedencia interna que mueve al aparato psíquico a trabajar, en constante demanda de descarga. “La pulsión nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan al alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal”25.
El psicoanálisis no puede prescindir de la noción de pulsión como construcción teórica porque tal noción representa el fundamento de las mociones psíquicas. La complejidad proviene de que tratándose de estímulos que se originan en el interior del cuerpo, el proceso no es aprehensible en su totalidad, no puede pasar a ser objeto de la conciencia. La representación psíquica de esta moción, que es su representante, es la indicación cualitativa de su existencia; la cuantitativa, inaprensible, es el monto de excitación.
La biología podría explicar esta consistencia en términos energéticos; el Principio de inercia26, primera ley de Newton que enuncia que todo cuerpo continúa en su estado de reposo (velocidad nula) o de movimiento uniforme en línea recta a menos que sea forzado a cambiar su estado por fuerzas externas, explica que los organismos tienden a prescindir de estímulos o a mantener una constancia en la excitación. El organismo experimenta como displacer el incremento de estímulo. Entendemos así que la experiencia de placer se dirige al descenso de excitación, que no es más que la tendencia de la pulsión de muerte a recobrar un estado anterior.
Lacan (S 11) lee Las pulsiones y sus destinos retomando la noción de parcialidad en la construcción del concepto pulsión. La pulsión sexual es un montaje27 compuesto por distintas pulsiones parciales que vinculadas dan lugar a distintas organizaciones sexuales efecto de las mociones libidinales orales, sádico-anales y de la primacía genital. Plantea la pulsión como un montaje por el que la sexualidad participa de la vida psíquica, siendo el amor la cumbre de lo sublimado, el punto sublime de la sexualidad misma. Lo propio de esta parcialidad pulsional es la dispersión erógena, la localización de la obtención de placer en determinadas zonas en espera de lograr cierta síntesis, la primacía genital, ideal de la sexualidad adulta vinculado a la reproducción.
La sexualidad infantil se caracterizaría por esta dispersión erógena que, aunque permite localizar ciertas primacías, no significa que haya subordinaciones propiamente dichas. Lo más llamativo de las prácticas sexuales infantiles es que se satisfacen en su propio cuerpo, estadio libidinal autoerótico. La subordinación sería la respuesta ideal en la sexualidad adulta, la unificación pulsional genital en la que la meta es la relación sexual con otro de otro sexo. Placer y reproducción, una respuesta unificada. Freud indica que no siempre se logra esta unificación. Pueden ocurrir fijaciones que inhiban su movilidad ideal favoreciendo lo patológico en el ámbito neurótico y lo perverso en la constitución de las modalidades de goce. La sexualidad adulta, causada por la infantil, no está exenta de ciertos rasgos perversos que se sostienen en la sexualidad adulta y lo patológico, en este ámbito, vendrá determinado por lo cuantitativo de estos rasgos perversos. La otra posibilidad sería un posible cambio de meta, dando lugar a formaciones no sintomáticas ni perversas, las favorables al individuo y a las llamadas culturales. Estas formaciones favorables, sublimadas, serían la meta desexualizada de las mociones pulsionales parciales. Freud sostiene la tesis de la importancia de la contribución de estas pulsiones parciales, de la sexualidad perversa, a la sublimación; en este contexto la sublimación aparece como un desenlace atípico de la sexualidad infantil, y sus productos como triunfos de esta.
Volvemos a 1915 para anotar brevemente la estructura de lo pulsional en este momento: la fuente es biológica y el objeto de este movimiento energético pulsional es aquello mediante lo que puede alcanzar su meta, la satisfacción, suprimiendo el estado de excitación.
Freud observa que alrededor de los cinco años se producen ciertas restricciones en la vida sexual infantil. Esta reducción de la expresión da cuenta de la no linealidad de la sexualidad humana. Esta suspensión de la sexualidad infantil señala el sometimiento de las fuerzas sexuales, el camino de la represión marcado por la moral, las señales edípicas y la disposición genética del ser humano. Esta disposición filogenética cuestiona que la educación sea la causa del control de la satisfacción de las pulsiones sexuales “Durante este período de latencia total o meramente parcial se edifican los poderes anímicos que más tarde se presentarán como inhibiciones en el camino de la pulsión sexual y angostarán su curso a la manera de unos diques (el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y lo moral)” 28. A lo que ocurre en este período Freud lo cataloga también como un tipo de sublimación.
Hemos hablado de reemplazo en las oposiciones a partir de 1920. Freud sustituye la oposición pulsiones del yo – pulsiones sexuales, por el par pulsiones de vida – pulsiones de muerte. Este cambio se produce en un contexto de modificación de la tópica del aparato psíquico (en la primera tópica las instancias son inconsciente, preconsciente y consciente, en la segunda tópica agrega el Ello, el Yo y el Superyó). Sobre esta segunda división de lo pulsional, relacionada con los procesos de construcción y destrucción del organismo, hemos señalado que, entre otras observaciones, está articulada a la clínica de la repetición, de la compulsión a repetir. La muerte como meta se percibe como impulso original, la tendencia a un estado cero que, paradójicamente, es lo que rige el principio del placer. La tendencia a recuperar ese estado originario es sincrónica al impulso de Eros que promueve la distancia de lo inerte “Lo inanimado estuvo allí antes que lo vivo (…) Ahora bien, la ligazón de la moción pulsional sería una función preparatoria destinada a acomodar la excitación para luego tramitarla definitivamente en placer de descarga” 29. De la aspiración de Eros, las pulsiones sexuales, las de vida, dice “No solo comprende la pulsión sexual no inhibida, genuina, y las mociones sexuales derivadas de aquella, sino también la pulsión de autoconservación” 30.
En este contexto de conflicto pulsional en el que la vida es eso, conflicto pulsional, veamos cual es espacio de la sublimación. En lo que hemos determinado como tercer momento de la teoría freudiana, el que corresponde a la segunda tópica, el concepto sublimación aparece disperso, manteniendo las delimitaciones establecidas en los enunciados anteriores; en “Psicoanálisis” y “Teoría de la libido”31, dice: “El destino de la pulsión más importante pareció ser la sublimación, en la que objeto y meta sufren cambio de vida, de suerte que la pulsión originariamente sexual halla su satisfacción en una operación que ya no es sexual, sino que recibe una valoración social ética o superior”. Una década después, en El malestar en la cultura plantea que el obstáculo para satisfacer la tarea económica de la vida, la satisfacción pulsional, es el ingreso del hombre en la cultura. La lucha por alcanzar la felicidad y mantener ese alcance es lo que expresa el principio del placer, evitando el dolor y el displacer. Una meta sin renuncia.
Hemos ido viendo que en la primera tópica freudiana la sublimación operaba con un modelo mecanicista que trabaja con desplazamientos entre lo consciente y lo inconsciente. En la segunda tópica se acentúa el papel fundamental del Yo en la gestión de este destino pulsional. Veamos brevemente la articulación pulsión-instancias psíquicas en este momento de la teoría. El Yo es una instancia compleja en la que se articulan la posición ante lo exterior, la indefensión ante las exigencias superyoicas y la urgencia de las demandas del Ello. El conflicto psíquico ya no responde al problema entre lo inconsciente y lo consciente, sino entre el Yo coherente, testimonio de la realidad para lo psíquico, y lo disociado del yo, residente del Ello y del campo del Superyó. El Ello es lo que encontramos en el origen y el Yo es una parte del Ello, la modificada por la influencia del mundo exterior, cuya meta es sustituir el principio del placer comandado por lo pulsional en la instancia Ello, por el principio de realidad32.
En Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, 1911, Freud introduce las nociones “principio del placer” y “principio de realidad” como los dos fundamentos que rigen el funcionamiento psíquico. La finalidad del primero es procurar el placer y evitar el displacer, sin trabas ni límites, y la del segundo imponer las restricciones necesarias al primero para que sea posible la adaptación a la realidad externa. Pero el principio de placer falla ante las exigencias de la sociabilidad, de la cultura, y es una parte del yo la que “suple” esa falla volviéndose contra sí mismo en condición de exigencia, como instancia superyoica. El Superyó es producto de la resignación de investiduras de objeto, por identificación, tras el sepultamiento del complejo de Edipo. De esta consideración podemos deducir que esta instancia es más próxima a lo inconsciente, heredero de los impulsos del Ello, que al Yo (…) “Mientras que el yo es esencialmente representante del mundo exterior, de la realidad, el superyó se le enfrenta como abogado del mundo interior, del Ello” 33. El Superyó, lugar de las exigencias y de los Ideales, sería una especie de formación sublimada de la energía libidinal que presenta lo más propio de vida anímica individual, el carácter y los Ideales, valores sociales que representan lo más elevado del alma. No sería una sublimación en tanto que lo que ocurre es una inhibición del fin, no un cambio, y esto comporta renuncia, mientras que la sublimación no comporta esa privación: la pulsión se satisface mudando de meta. La labor propia del Yo, que trabaja con energías prestadas de las cargas del Ello, es ejecutar las represiones para que las demandas pulsionales no sobrepasen las exigencias de la realidad. Las mociones pulsionales se sustraen de la conciencia, y esa sustracción es la causa de que no sea posible su uso en otros ámbitos. Así, aparece la represión como un obstáculo a otros usos, los sublimados.
En este período desexualización y sublimación se presentan con cierta confusión (a veces los términos aparecen homologados). En este momento nos basta señalar que cambio de meta o inhibición es lo que constituye la diferencia entre la sublimación que da lugar a creaciones individuales y la que da lugar a formaciones que sostienen el carácter de una colectividad. Estas últimas son identificaciones de carácter vinculante, regulador, mientras que las primeras son ajenas a toda identificación, a toda regulación, si por regulación entendemos el común normativo que determina el funcionamiento de un determinado sistema. Podríamos decir que el proceso que da lugar a la particularidad de la creación es una regla de uso propio, privado34, evocando a Wittgenstein “(…) el uso privado del lenguaje, el lenguaje privado, en Wittgenstein como un tratamiento de lo real, diríamos con Lacan, que permite al sujeto una supuesta modalidad dialéctica que significa su inserción”. Añado esta reflexión sobre la noción de regla en Wittgenstein, posible respuesta “sublimada”, sinthomatizada, que regula el funcionamiento social en sujetos que pueden construir esa posibilidad.
Para concluir, tratando de simplificar algo, la pulsión es una noción central en la clínica psicoanalítica, un núcleo teórico con un amplio y complejo desarrollo en Freud y en los principales lectores de su trabajo. Un hecho de lenguaje, del Otro, que da lugar, literalmente, a las articulaciones del cuerpo y el inconsciente. Un hecho gramatical que informa de la demanda y del deseo del Otro, que se inscribe en el cuerpo, que lo parasita. Podemos decir que es la noción que necesariamente hemos de explorar para pensar la sublimación como hecho de lenguaje sin mensaje, un artificio gramatical (Lacan, J. 1963-1964, 2006) que consiste en la fijación de las articulaciones entre el sujeto, el verbo y el objeto. Un operador clínico. Freud en Las pulsiones y sus destinos plantea la pulsión como exigencia del cuerpo hacia lo psíquico, supuesto que Lacan invierte.
Damos un salto al seminario 23. Lacan ya no articula la pulsión a la sublimación, sino al sinthome: “Es preciso que haya algo en el significante que resuene. Uno se sorprende de que eso no se les haya aparecido para nada a los filósofos ingleses. Yo los llamo filósofos porque no son psicoanalistas —ellos creen férreamente que la palabra no tiene efecto. Ellos se imaginan que hay pulsiones, y aun cuando tienen a bien no traducir pulsión por instinto, pues no saben que las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho que hay un decir, pero que este decir, para que resuene, para que consuene, palabra del sinthomadaquin, es preciso que el cuerpo sea allí sensible. Que lo es, es un hecho. Es porque el cuerpo tiene algunos orificios, de los cuales el más importante, porque no puede taparse, cerrarse, es la oreja, que responde en el cuerpo a lo que he llamado la voz. Lo embarazoso es seguramente que no está sólo la oreja. La mirada le hace eminente competencia”35. Y cerramos este acercamiento con Freud, El malestar en la cultura, para dar paso a Melanie Klein: “Desde el cuerpo propio que, destinado a la ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir su furia sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos”36.
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- Sir Isaac Newton (1642-1727), basándose en los estudios de Galileo y Descartes, publicó en 1684 la primera gran obra de la Física: Principios matemáticos de filosofía natural, también conocidos como Principia. En la primera de las tres partes en la que se divide la obra, expone en tres leyes las relaciones existentes entre las fuerzas y sus efectos dinámicos: las leyes de la dinámica: Primera ley de Newton o principio de inercia; Segunda ley de Newton o principio fundamental y Tercera ley de Newton o principio de acción reacción.
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- Ibidem, pg. 41.
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