La mirada en una operación sin censura
Derrida, de nuevo, en La verdad en pintura1, se propone hablar de arte sabiendo que de eso no hay nada que decir y, pensando lo decible, engancha sus reflexiones a lo que del arte no se escribe; y lo hace desde afuera, suplementariamente dice, rodeando la cuestión discursivamente porque no hay posibilidad de decir de esos hechos mediante las otras verdades del pensamiento. La obra de arte es un hecho irreducible, a diferencia de otros hechos de lenguaje, las verdades de los otros discursos o algunos fenómenos y síntomas si hablamos de psicopatología o de psicoanálisis; es lo que viene de un obrar característico del ser hablante, lo indecible de su carácter tratado por el lenguaje. La obra es un hecho que habla de sí haciendo hablar a los otros discursos; la singularidad de estas producciones, la verdad en la que se incorporan sus formas, no es susceptible de interpretación alguna, por lo que no se puede someter a otros modos del pensamiento. Es, como un fenómeno psicosomático o un delirio, una operación del lenguaje irreducible en la que no cabe la interpretación, aunque abre el campo hermeneútico de los otros saberes. Una operación sin censura que convoca la mirada.
¿Qué decir de la mirada al plantear la visibilidad en torno a las prácticas espaciales?, ¿hay alguna relación entre la censura, lo que no se ha de ver, la represión y la mirada? En el texto freudiano la noción de censura, “ese ancestro del superyó”2, aparece por primera vez en un apólogo de la Traumdeutung después del comentario que Freud hace de “El sueño del tío José”. Freud compara la función de la censura con un soberano que reina sobre una población en situación de revuelta a causa de un ministro impopular. El rey, para apaciguar la revuelta, responde invirtiendo el eslogan que representa la queja, una estrategia que opera interrumpiendo el mensaje: deja pasar una palabra, el enunciado que representa la queja, pero no es confirmada. Esa es la objeción de la censura, que el sujeto no se represente en un segundo significante. El sujeto habla, sin duda; pero la estrategia de la censura es introducir la desconfianza, especie de defensa, ya que al no confirmar “lo dicho”, introduce la duda. Desde esta posición de desconfianza opera la vigilancia que trata de controlar el efecto sorpresa en el sujeto. Freud expone que “una de las funciones de la censura es despojar de intensidad lo que llama el significante de alto valor psíquico, y ese significante de alto valor psíquico en torno del cual voy a centrar este trabajo es — se los señalo de pasada— el significante que causa el sueño”3. Un significante articulado a la causa del deseo que incide en su insistencia. Esa es la función de la censura en el lenguaje, en el aparato psíquico: introducir la culpabilidad en tanto el sujeto se sabe como respuesta a la emergencia del deseo: sabe que puede responder ahí, ante lo indecible de la ley. Que puede responder ante la mirada del Otro.
La mirada no procede necesariamente del órgano visual. Podemos decir que es una función de vigilancia estrechamente vinculada a la conciencia moral, a la voz de la conciencia, al Súper Yo en tanto exigencia del Otro que funciona como saber con una dimensión tendente al absoluto, como ocurre en las esquizofrenias. Cuando ocurre así es porque no se dio un segundo tiempo, el de la ratificación del Otro en el que se constituyen la represión y la repetición. Pero de esto no nos vamos a ocupar en este momento.
Cierro esta nota abriendo un interrogante al articular la reflexión antecedente a una tesis de Badiou, la tesis 14 de 15 Tesis sobre arte contemporáneo: “Convencido de controlar la extensión entera de lo visible y de lo audible por las leyes comerciales de la circulación y las leyes democráticas de la comunicación, el Imperio ya no censura nada. Abandonarse a esta autorización a gozar es arruinar tanto todo arte como todo pensamiento. Debemos ser, despiadadamente, nuestros más despiadados censores.”