“Ecos del cuerpo”¹. Sobre la visibilidad, la mirada y la voz 

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Las aportaciones fundamentales de Lacan sobre el concepto de pulsión las encontramos en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), seminario en el que Lacan va formulando su estructura en relación a “Pulsiones y destinos de la pulsión”2, texto en el que Freud define el estímulo pulsional como una moción de carácter constante, marca de un mundo interior, especie de asidero del ser vivo con el que separar un afuera de un adentro. Lacan se acerca al concepto para ubicarlo doctrinalmente articulado a la experiencia analítica3 y sitúa los objetos de la pulsión como respuesta al estimulo articulado al lenguaje en cuatro órdenes básicos: oral (el pecho), anal (las heces), escópico (la mirada) e invocante (la voz). Esta conexión entre el estimulo somático y el lenguaje es la que construye en el ser hablante lo específico de la relación con lo que definimos como objetos pulsionales y es la que conforma los modos de goce propio. Estos órdenes somáticos tienen en común el ser agujeros corporales (boca, ano, párpados y oído), bordes erotizados por la actividad del Otro más allá́ de la satisfacción vinculada al cuidado necesario. 

Lacan, en El objeto del psicoanálisis (1966) explora la función escópica y su objeto inseparable, la mirada, a partir de las consecuencias que extrae del uso de la perspectiva en la pintura del renacimiento; en esta ocasión usa Las Meninas como soporte que ilustra la noción de ventana como sección visible del mundo, especie de pantalla que presenta la ocultación. Lacan analiza los términos geométricos del campo visual, pero incluye los aspectos dinámicos que inciden en la objetividad de lo visible para ubicar las nociones mirada, visión y sujeto: el sujeto se localiza en el punto de fuga, lugar en el que se unifican mirada y visión, representando el ojo que mira, y todo lo que se organiza a su alrededor es representante de la representación. 

«Tú no me ves desde donde yo te miro, había enunciado durante uno de los seminarios de los años anteriores para caracterizar lo que ocurre con un tipo de objeto a que se asienta en la mirada o, más bien, en no ser otra cosa que la mirada»4, explicación de Lacan (2008) lacaniana a propósito de la formulación del objeto escópico, de la mirada como objeto a; una formulación que recoge de manera precisa lo que Lacan plantea: el punto ciego de la representación en el que, añadimos, habita el espectador, modo semblante del Otro. 

Lo visible implica necesariamente dos lugares, el que determina el campo visual, vinculado al órgano de la vista y a sus subrogados (los ciegos tienen punto de vista y mirada) y el generado por el campo de la mirada, dependiente de las articulaciones pulsionales con la exigencia moral. Por otra parte, lo visible se asocia generalmente a la mirada siendo esta, pensada analíticamente, un objeto vinculado a lo visible y a lo decible, en relación de la referida exigencia moral. La mirada no procede necesariamente del órgano visual. Podemos decir que es una función de vigilancia estrechamente vinculada a la conciencia moral, a la voz de la conciencia, al Superyo en tanto exigencia del Otro que funciona como saber con una dimensión tendente al absoluto, como ocurre en lo que la clínica de la supuesta salud mental designa como psicosis extraordinarias. Cuando ocurre así es porque no se consolidó con suficiencia un segundo tiempo, el de la ratificación del Otro en el que se constituyen la represión y la repetición. Tanto la voz como la mirada, son objetos ajenos al intercambio a diferencia de los objetos que pertenecen a la estructura de la oralidad y la analidad. La voz es lo más próximo al cuerpo en relación al lenguaje; voz mítica, originaria, que inseparable de la expresión disuelve la significancia. 

En la experiencia ordinaria, la voz es lo que el sujeto recibe del Otro de forma vocal, una encarnación sonora del significante que comporta el corte, la discontinuidad en tanto opera como significación de la diferencia entre significantes; pero esta no es la única manera, porque el lenguaje no es vocalización y aunque hay una relación entre lenguaje y sonoridad, ésta es instrumental. La voz de la que hablamos es lo que resuena del vacío del Otro y es ahí donde se sitúa, no en relación a la música sino a la palabra. Ahí, en el vacío del Otro en cuanto tal, en el ex-nihilo, resuena articulada, demandante, no como sonoridad modulada. Ahí, donde tradicionalmente ubicamos la invención, en la nada del ser-ahí. 

La materialidad del objeto voz no es fónica, a diferencia de la materia de lo musical; al contrario: la materia de la voz es la falta de soporte fonológico y no es cauce ni fundamento de los fenómenos de la comunicación; es lo que está primero, pero vaciado de su materialidad sonora; es lo que mantiene unida la cadena significante y origen de la exigencia moral que se incorpora en el ser hablante. 

  1. «las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir». Lacan, J. (2008). El sinthome, S. 23, Buenos Aires: Paidós, p.18.
  2. Freud, S (1979). “Pulsiones y destinos de la pulsión”, O.C., T. XIV, Buenos Aires: Amorrortu.
  3. «aquello que todo analista conoce por experiencia, a saber, lo pulsional […] de carácter irrepresible». Lacan, J (1986). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, S. 11, Buenos Aires: Paidós, p. 169.
  4.  Lacan, J (2008). De un Otro al otro, S. 16, Buenos Aires: Paidós, p.341.